Confiar

SIN CONTROL

¿Cuántas cosas hacemos en la vida creyendo que tenemos el control? ¿Cuántas cosas alimentados por esa ilusión?

El miedo a soltar el control esconde una profunda falta de fe en lo desconocido y una gran resistencia a otorgarle los mandos de nuestra vida a la propia vida. El miedo a soltar el control responde a la negativa a dejar que todo fluya y sea tal y como es, y esa necesidad tan nuestra de querer controlar es la que nos lleva a ser esclavos de nuestra mente, aniquila nuestra libertad de elección, nos contrae y nos pone rígidos, activa la ansiedad y nos saca del momento presente y de la capacidad para vivir con plenitud lo que está ocurriendo ahora. Querer controlar desgasta, frustra y genera estrés. El miedo a soltar y a dejarnos ir representa una de las grandes trampas y defensas del ego y también una de las grandes oportunidades de aprender a vivir desde otro lugar, mucho más libre y consciente. Mucho más lúcido y poderoso.

La realidad es que, con independencia de lo que nos diga nuestro murmullo mental, ninguno de nosotros tiene el control sobre ningún aspecto de nuestra experiencia y eso, cuando tenemos la humildad de aceptarlo, se convierte en el mayor regalo que nos hace la vida.

Si somos capaces de no creer lo que nos dice nuestra mente, podremos asumir el desafío de vivir sin intentar controlar, de vivir sin expectativas. Si tenemos la humildad de decirle a nuestro Ser Superior: "eres tú quien dirige, no yo", entonces podremos disfrutar de una vida llena de milagros, en la que no hay prisa por el futuro ni necesidad de que las cosas sean diferentes de como son. Una vida en la que no habrá espacio para la ansiedad, pero sí para la plenitud y la paz.

Cuanto antes asumamos que no tenemos el control, antes podremos comenzar a vivir. Cuanto antes nos dejemos ir, antes nos podremos cumplir. Cuanto antes elijamos, pese al miedo, confiar en que la vida sabe lo que hace, antes veremos manifestados nuestros sueños, y quizá, muchos más.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez

Photo by Charlie Costello

Photo by Charlie Costello

CUNAS ROTAS

Cuando era pequeña, los Reyes Magos me trajeron una cuna de madera con dosel que a mí me encantaba. Recuerdo perfectamente cómo era, me gustaba tanto que solo pensaba en que mi madre tendría que dejarme ir con ella al colegio para enseñársela a toda mi clase. Como eso no era posible, mi madre me dijo que invitaríamos a unas amigas a jugar a casa. Y un día, mientras jugábamos a peinar a nuestras muñecas, una de esas amigas, que debía de sentirse muy cansada, decidió meter todo su cuerpo en mi cuna. Se tumbó cómodamente y mi cuna, claro, se rompió. Recuerdo que yo no podía parar de llorar al ver el dosel en el suelo y la madera partida por la mitad, y recuerdo también que lo primero que hice, al ver ese desastre, fue acudir a mi madre en busca de consuelo, y a mi padre para que la arreglara. En ese momento, yo no pensé en solucionar por mi cuenta eso que para mí era una terrible desgracia. Se había roto mi cuna y alguien se tendría que encargar de devolvérmela. Yo no me quedé con mi problema, yo lo entregué.

Cuando somos niños, confiamos, la inocencia no es una meta por alcanzar, sino que representa el lugar desde donde vivimos. Cuando somos niños, creemos en la magia, en lo desconocido, pedimos ayuda, y estamos totalmente disponibles para recibirla. Sabemos que somos queridos, y por esa razón, no nos preocupamos, estamos presentes y siempre dispuestos a jugar. Sin embargo, con el paso de los años, el miedo, la desconfianza, la culpa y la falta de merecimiento comienzan a hacerse un hueco en nuestras vidas. Progresivamente, nos vamos alejando de ese niño inocente, y comenzamos a protegernos, a defendernos, a dudar de la vida y de nosotros mismos, a dar vueltas y vueltas alrededor de nuestros problemas, de nuestras cunas rotas, a dejar que el miedo nos atenace y nos domine. Ya no podemos soltar el control ni volver a confiar en que existe una Fuerza mayor que nos protege, nos sostiene y nos ama.

No sé cuando dejé de soltar y comencé a retener y a guardar miedos y problemas. No sé cuando dejé de confiar y me inicié en el arte de la defensa. Supongo que fue hace muchos años, al hacerme mayor, y al olvidarme de la niña que habita en mi interior. Lo que sí sé es que el principal desafío que la vida me plantea no es el de ser capaz de afrontar vicisitudes y problemas, sino el de ser valiente y volver a vivir desde la inocencia, atreviéndome a entregar, a dejar ir, y a permitir que mi Divinidad se encargue de mis embrollos y dilemas.

Entrega tus cunas rotas, da igual como sean. El Universo del que formas parte, las arregla.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by George Barker

Photo by George Barker

CONFIAR

Para poder caminar en esta experiencia manifestando todo nuestro potencial, necesitamos aprender a confiar, en nosotros y en lo que está más allá de lo que pueden ver nuestros ojos. La confianza es la condición para poder sentir verdadera seguridad y, además, es un importante indicador del nivel de evolución energética y espiritual en el que nos encontramos.

Confiar es creer que seré capaz, y que tú también lo serás. Es transformar la manera que tenemos de mirarnos y de mirar. Confiar implica ver todo y cualquier cosa con ojos nuevos, con una mirada que ha olvidado lo que es el miedo, porque, ya sabes, que confiar y tener miedo no tienen ningún tipo de compatibilidad.

La confianza en mí me permite explorar y explotar todo mi potencial, me proporciona una fuerte sensación de seguridad y de pertenencia, me invita a superarme, me hace avanzar, me demuestra que si creo, puedo, y, además, me abre las puertas para poder confiar en ti y en todo lo demás. Confiar es la fe que me dice: “soy capaz”. Es llevarme de la mano, es convertirme en mi propio aliado.

La confianza en el Universo me regala relax, me ayuda a quitarme cargas, hace que se esfume esa tendencia, tan propia del ego, de querer controlar. Me da fuerza para continuar, me ayuda a crear espacio para disfrutar y, algo fundamental, me permite recibir, ofrecer y ver milagros. Solo si confiamos, podremos abrirnos a descubrir el poder, el amor y la fuerza que se esconde detrás de todo.

Confío cuando elijo dar una oportunidad a lo que mis ojos no pueden ver. Cuando escojo creer únicamente en lo que me hace bien. Cuando, pese al miedo, me permito soltar el control. Confío cuando tengo una actitud optimista, cuando estoy presente, cuando perdono el pasado y dejo de preocuparme por un futuro que todavía no ha llegado. Confío cuando medito, cuando, poco a poco, suelto y entrego. Cuando permito lo que siento y no lo bloqueo. Cuando dejo que todo lo que soy, sea, y cuando fluyo sin resistencias con todo lo que está siendo. Confío si dejo de prestar tanta atención a las creencias de miedo y me permito enfocarme en lo que intuyo y siento, en definitiva, en lo que no veo. Confío cuando imagino, cuando juego, cuando disfruto y cuando sonrío. Cuando estoy en paz conmigo, contigo y con todo. Cuando me perdono, me cuido y me protejo. Cuando me reconozco y sé que soy digno.

Confiar es fundamental para poder vivir de verdad. Sin confianza, todo se convierte en un motivo de sospecha y de recelo. Creamos resistencias, ansiedad y un fuerte deseo de controlar, de retener y de guardar. Si no somos valientes y elegimos confiar, entonces, estaremos dando autoridad al miedo, a algo que, como sabemos, solo habita en nuestra mente. Confiar en el miedo es creer en lo que no es real.

Para recuperar la confianza en mí mismo tengo que trabajar. Debo ponerme en valor, comprometerme a no hacerme daño y a darme, cada día, más cariño y más amor. Para confiar, debo aprender a perdonarme y a darme las gracias. Tengo que dejar de tenerle miedo al fluir de la vida. Tengo que soltar la carga y desapegarme. Tengo que sentir. Tengo que elegir creer en amor en vez de en miedo. Tengo que escoger oportunidad y merecimiento. Tengo que sentir que soy digno de todo lo bueno.

Hoy elijo confiar en mí, en ti y en el Universo.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

habila-mazawaje-1269241-unsplash.jpg